jueves, 27 de noviembre de 2014

Poema de César Moro "El mundo ilustrado











                                                Aguafuerte La retórica de los desfiladeros
                                               

                                                                 EL MUNDO ILUSTRADO


                                                    Igual que tu ventana que no existe

                                                    Como una sombra de mano en un instrumento fantasma
                                                    Igual que las venas y el recorrido intenso de tu sangre
                                                    Con la misma igualdad con la continuidad preciosa
                                                           que me asegura idealmente tu existencia
                                                    A una distancia
                                                    A la distancia
                                                    A pesar de la distancia
                                                    Con tu frente y tu rostro
                                                    Y toda tu presencia sin cerrar los ojos
                                                    Y el paisaje que brota de tu presencia cuando la ciudad
                                                           no era no podía ser sino el reflejo inútil de tu
                                                           presencia de hecatombe
                                                     Para mejor mojar las plumas de las aves
                                                     Cae esta lluvia de muy alto
                                                     Y me encierra dentro de ti a mí solo
                                                     Dentro y lejos de ti
                                                     Como un camino que se pierde en otro continente

                                                                               César Moro del libro  La Tortuga Ecuestre


                                                              César Moro (Lima 1903-1956)

                                                   " La poesía de César Moro es un  acto de revelaciones : se abre
                                                    como un enigma y se resuelva como una apelación.Es por ello
                                                    un recomienzo siempre propicio." Julio Ortega

viernes, 21 de noviembre de 2014

Reflexiones poéticas

                                                                  
                                                               pintura

              El destino. ¿Cuando -me pregunto ahora-, llegó la poesía a mi vida? Yo vivía “en la ciudad de los lagartos venenosos”, como gusta de llamar a mi ciudad, Concepción del Nuevo Extremo, el poeta Gonzalo Rojas. Algo extremo debe haber venido sucediendo allí desde hace mucho tiempo, para que el poeta  de “La miseria del Hombre”, se refiera de ese modo a una ciudad en la que no hay lagartos. Veneno si, ríos de veneno, lagos de veneno, océanos de veneno. Colibris también, los colibris liban en mi ciudad el dulce veneno y luego mueren bajo las buganbilias. Un colibrí muerto bajo las bugambilias se parece, eso sí, a un lagarto venenoso. Todo el mundo sabe que el color verde es venenoso. No digo más. Yo vivía en una casa de ladrillos rojos, en  lo alto de una pequeña colina rodeada de árboles. En ese lugar pasé toda mi infancia y adolescencia, por las noches contemplaba a lo lejos  la luces de la ciudad que se extendían por el valle. Mi ciudad, la ciudad de la que hablo, se levanta en la zona mas austral del mundo, en el corazón de la araucanía, en el extremo de la Tierra. Los inviernos allí son largos y fríos por eso que no hay lagartos. Llueve, y cuando deja de llover vuelve a llover eternamente. Una noche yo vi desde mi casa un verso de Saint John Perse: “Perdiéndose en los ángulos de las terrazas una reyerta de relámpagos” Lo que se ve,se ve aunque uno sea ciego. Los relámpagos, el instante de la iluminación, lo que hace levantar la vista al cielo. Luego la contemplación de las estrellas fue para mí el más alto amor, nada me conmovía tanto, nada tampoco me desplazaba fuera de mí como habitar cada noche el  misterioso  inalcanzable de la Cruz del Sur. Una debería de creer que fue entonces cuando cambié de casa, pero una sabe que la otra casa, la de huéspedes que es la de la poesía, no es casa para estar, sino casa para ser, y yo no era lagarto venenoso sino colibrí en las bugambilias.
      Así comienzan a ocurrir las cosas, las que ocurren y las que nunca suceden pero que una vive tal como si hubieran sucedido. Luego ocurrió el suceso del violín de mi madre, que era como un enorme colibrí de madera. Los sábados de otoño, al atardecer, pasaban  los evangelistas con sus acordeones, y algo sobrenatural sucedía súbitamente en mi mundo: mientras el predicador hablaba al vacío con su altavoz de latón en la mano, se abría en el cielo gris una grieta y del lejano azul brotaba la geometría del Arco iris. Algún día alguien tendrá que poner nombre a esas cosas. Acaso la palabra inocencia y la palabra humildad estén a gusto a su lado. Tal vez esa gente que aún hoy recorre las calles y los caminos mojados de los que no tienen patria en este mundo, los que le cantan a un dios que nunca han visto y predican en cada esquina de la pobreza la redención de su derecho a no tener hambre, absortos en su mínima iluminación despreciada por los grandes reflectores del saber, tampoco se sientan a disgusto sentados a la mesa de la poesía.

      La poesía, la poesía vivía para mí en los suburbios, en las zonas de peligro de mi realidad, te nombraré pobreza, te nombraré casa de madera, humo de carbón,  pan sin nada. Yo ya no vivía en una  casa sobre la colina, sino en una casa sobre las nubes. Interpreto la cábala de mis días, oigo el bullicio de los mercados, veo el color de las frutas, toco la papaya amarilla y el durazno fragante. Ahora el agua hervida sabe a llantén y a boldo, a cedrón y bailahuen, saben a agüita de luna los días en que una niña comienza a ser mujer.
   He contemplado mi vida contemplando la vida de otros, lo ajeno empezó a conmoverme como única realidad de lo propio. Entonces yo todavía no suponía que era la poesía el hilo que me vinculaba con la apariencia de lo distante. La vida otra, no la otra vida, la vida vida, la que anda por la calle pareciéndose a nosotros, en su humildad y grandeza, en la precariedad y en el gozo.
  Yo no podría decir con Rimbaud: “Una noche senté a la Belleza en mis rodillas.- Y la encontré amarga.- Y la injurié”. No, yo levante una noche los ojos hacia las estrellas, y las encontré hermosas, y las alabé. Ahora la belleza está sentada sobre mis rodillas en los libros que leo, en las calles de tinta que atraviesan la patria de papel de Jean Nicolas Arthur el vidente. Los libros en que una vida que no es mi vida enaltece la probabilidad de bien de mi persona: el arte como salvación, la poesía como indulto ante la intemperie.
       Pasé una temporada en el infierno. Rimbaud  fue el primer poeta que leí,el primero que conocí, a pesar de que el inmenso bosque de Neruda que echaba hasta en el aire sus raíces. Pero el poeta maldito llegó antes a mi adolescencia, entró sin llamar, obligatorio, persuasivo, seductor en la voz del profesor en las aulas del Liceo Francés. No diré una palabra más sobre ese hermoso canalla que me cambió con vehemencia la vida. “El dice: No amo a las mujeres. Hay que reinventar el amor, ya se sabe”. Yo no lo sabía, así que demasiada suerte la promiscuidad! Tras él llegó el elegante Perse, Alexis St. Léger Léger:  Saint John Perse, la celebración del mar, la inteligencia de los vientos y los pájaros, el mundo como texto de una patria universal, el vaticinio, la definitiva hasta hoy mano del poeta.

            Quiero recordar también al Gran Meaulnes, el enigmático personaje de la novela de Alain Fournier, a él debo el color gris de la melancolía, el amor por los muchachos extraños que tienen un secreto que nunca descubrirá nadie y que los hace preciosos a mi corazón, sentados en el último pupitre de una escuela de provincias. Ellos, los que conocen el árbol donde hace su nido el ángel de los enigmas, los que coleccionan palabras mágicas que cambian la vida.  Mi Gran Meaulnes, vestido de negro, bajando de la colina de mi casa por la cuesta que conduce al lugar de los sueños.  Tan alto como él era Nicanor Parra, el hermano de Violeta, que apareció también muy pronto en los frecuentes relatos de infancia de mi padre, compañero de estudio de ambos en el Liceo de Chillan. Nicanor y Violeta Parra fueron pronto presencias fervorosas en la memoria familiar El vínculo con mis antepasados campesinos, la tradición popular, el mundo rural de la leyendas, el habla mágica de los payadores, el sencillo cosmos de las arpilleras bordadas con los estambres de la necesidad de hacer más hermosa la realidad del mundo, de conjurar la miseria con guitarras y pájaros de colores, abrió ante mi el universo imaginario y posible del arte. Comencé a pintar, e intenté a parecerme a aquello que le gustaba a mi alma.
     Ha pasado el tiempo, he hablado de la cábala, de los colibris, de la dulce Violeta Parra. Tal vez haya hablado demasiado de mí, así que ahora diré algo sobre Emily. Emily es el aliento que siento cerca de mi cuando escribo. Emily es el el aire que respiro cuando me asfixio. Si la poesía no se llamase poesía, la poesía se haría llamar Emily Dickinson.Fragmentos,poemas inacabados, una ruta directamente hacia ninguna parte. ¿Acaso no sería esta una hermosa invitación? Eso es todo lo que tenía que decir sobre Emily, dios me perdone.
        Si el poeta es el que oye, el poeta debe hablar de oídas, es decir, de lo oído, no de lo leído, sino de lo oído en lo leído. Gonzalo Rojas lo advierte al inicio de uno de sus libros antológicos, dedicándose “no al lector, sino al oyente”. Leer, lo que se dice leer, todos hemos leído mucho; ahora bien, oír, lo que se dice oír...
     Creo que cuando leemos a un poeta si no lo oímos es que su voz no existe. Puede haber literatura, puede haber arquitectura de palabras, puede, cómo no, haber en él originalidad crítica, paisaje de buena voluntad, partituras de música, raras especies lingüísticas, inalcanzables emociones semánticas, pero no se oye, no oímos su silencio, su secreto a voces, su, como diría un poeta más que amigo, “su voz sin boca”.
     Yo oí, por primera vez hace diez años, al desde entonces ya eterno Rafael Pérez Estrada, él fue para mí el encantamiento, la fe en la alegría, la generosidad de los que hacen de la siempre aplazada utopía una realidad cotidiana. Y la poesía era entonces eso,anticipación del paraíso,el más absoluto principio de bien que puede acompañarnos.
   Oí también otra tristeza, la voz de Antonio Gamoneda enfrentada al vacío, discutiéndole a la muerte su derecho al frío, venciendo su temor con la palabra, descifrándola hasta hacerla inocua. Desde entonces tengo menos miedo.
     Mi vida ha transcurrido entre antepasados. Mi padre es indisoluble de un tomo de cuentos de Chejov que me regaló a los diecisiete. Con él puso en mis manos a una multitud anónima con la que comparto el destino de la condición humana. Nadie vuelve a ser la misma después de leer a Chejov, nadie soporta de igual manera el tiempo después de demorarse en Proust.

                                                                                                         Alexandra Domínguez



martes, 18 de noviembre de 2014

Poema de Oliverio Girondo

       

                                                                    PEDESTRE 

                                         En el fondo de la calle, un edificio público as-
                                               pira el  mal olor de la ciudad.

                                         Las sombras se quiebran el espinazo en los umbrales, 
                                               se acuestan  para fornicar en la vereda.
                                              
                                          Con un brazo prendido a la pared, un farol apagado
                                                tiene la visión convexa de la gente que
                                                pasa en automóvil.

                                          Las miradas de los transeúntes  ensucian las cosas
                                                que se exhiben en los  escaparates, 
                                                adelgazan las piernas que cuelgan bajo 
                                                las capotas de las victorias.

                                          Junto al cordón de la vereda un quiosco acaba
                                                de tragarse una mujer.

                                          Pasa : una inglesa idéntica a un farol. Un tranvía
                                                 que es un colegio sobre ruedas. Un perro fracasado,
                                                 con ojos de prostituta que nos da vergüenza mirarlo                                                                                y dejarlo pasar

                                          De repente: el vigilante de la esquina detiene de un golpe 
                                                 de  batuta  todos los estremecimiento de la ciudad, 
                                                 para que se oiga  en un solo susurro,el susurro de todos
                                                 los senos al rozarse.


                                                                                       Buenos Aires, agosto ,1920



                Los perros fracasados han perdido a su dueño por levantar la pata como una mandolina,
          el pellejo les ha quedado demasiado grande, tienen una voz afónica, de alcoholistas, 
          y son capaces de estirarse en un umbral, para que los barran junto con la basura.


                                                                          Del libro Veinte poemas para ser leídos
                                                                                            en el tranvía
                                                                                                     
                                                                                                  1922



                                                Grabado "Madera leída por todos los astros"

    La obra de  Oliverio Girondo  (Buenos Aires 1891-1967) representa ,sin duda, una de las más interesantes  experiencias en el panorama literario argentino de los últimos años.
     "A Oliverio- dijo Gómez de la Serna - hay que darle en vida las respuestas a su exuberancia, a su         fidelidad literaria, a su clarividencia fulminante"


sábado, 15 de noviembre de 2014

Poema El señor Rot

 
                                                Pintura  "Magallanes labio de los rebaños"


                                                       El señor Rot

La gente que tiene casa suele barrer las hojas del jardín de su casa.
El señor Rot barre todas las mañanas las hojas del jardín de su casa.
La casa del señor Rot está pintada de blanco y tiene un magnolio a la entrada.
El señor Rot saluda a los vecinos,
saluda efusivamente  al repartidor de periódicos,
saluda al lechero y al vendedor de camarones de tierra.
Podría decirse que el señor Rot es un saludador profesional
que barre las hojas del jardín de su casa.

Nadie hay en el barrio más experto en asuntos de saludo
que el buen vecino Rot, barrendero de hojas del jardín de su casa.
Un buen vecino es alguien que te trae por diciembre galletas de pascua
y durante las vacaciones te recoge la correspondencia.
El señor Rot separa en montoncitos las hojas,
las que están todavía verdes, las que ya se han puesto amarillas, las rojas.
Buenos días señor Rot, adiós señor Rot, hasta luego señor Rot.

El señor Rot es amable, el señor Rot es el padre de  Rit y de mi amiga Rat.
El señor Rot llegó a esta ciudad a finales del cuarenta y cinco
y desde entonces  no ha hecho otra cosa que barrer las hojas del jardín
          de su casa.
Barre por la mañana, barre al atardecer, durante la noche barre.

Aparentemente esta es la historia del señor Rot, padre de Rit y de mi 
          amiga Rat
                     

                                                                            Alexandra Domínguez

jueves, 13 de noviembre de 2014

Poema del poeta Carlos Oquendo de Amat

         




                            C           O           M           P           A           Ñ           E           R           A

                                  Tus dedos sí que sabían peinarse como nadie lo hizo
                                  mejor que los peluqueros expertos de los transatlánticos
                                  ah   y tus sonrisas maravillosas sombrillas para el calor
                                  tu que llevas prendido un cine en la mejilla

                                  junto  a  ti  mi  deseo  es  un  niño  de  leche

                                  cuando tu me decías
                                  la vida es derecha como un papel de cartas

                                  y yo regaba la rosa de tu cabellera sobre tus hombros

                                  por eso y por la magnolia de tu canto

                                 que pena
                                 la lluvia cae desigual como tu nombre

                                                                                                      Del libro 5 Metros de poesía


                                                                                                     

                                                                Aguafuerte y aguatinta



Carlos Oquendo de  Amat, (Puno Perú 1905-Guadarrama España 1936). Está considerado uno de los mayores escritores peruanos de todos los tiempos, junto a Cesar Vallejo, Cesar Moro entre otros.
Recibió una esmerada educación por parte de sus padres, lo que le permitió adquirir una sólida formación cultural.Obra de carácter claramente vanguardista publicó su poemario 5 Metros de poesía entre los 23 y 24 años y está considerada como su obra maestra.Fue uno de los introductores de la vanguardia en la literatura latinoamericana.




miércoles, 12 de noviembre de 2014

Discurso del Gran Jefe Seattle

       
                                                                    Pintura


   El estado de Washington, al Noroeste de Estados Unidos, fue la patria de los Duwamish,un pueblo que- como todos los indios- se consideraban una parte de la Naturaleza, la respetaba y la veneraba, y desde generaciones vivía con ella en armonía.
En el año 1855 el decimocuarto Presidente de los Estados Unidos, el demócrata Franklin Pierce, les propuso a los Duwamish que vendiesen  sus tierras a los colonos blancos y que ellos se fuesen a una reserva.
Los indios no entendieron esto.¿Como se podía comprar y vender la tierra? A su parecer el hombre no puede poseer la tierra, así como tampoco puede ser dueño del Cielo, del frescor del aire, del brillo del agua. El Jefe Seattle, el Gran Jefe de los Duwamish, dio la respuesta, a petición del gran Jefe de los blancos, con un discurso cuya sabiduría, crítica y prudente esperanza, incluso hoy, casi 130 años después, nos asombra y nos admira.
"Mis palabras son como las estrellas, nunca se extinguen", dijo el Gran Jefe Seattle.Su pueblo no ha sobrevivido, sus palabras no se escucharon.¿Escucharemos ahora? ¿Sobreviviremos?




     Discurso del Gran Jefe Seattle

El gran Jefe de Washington
nos envió un mensaje diciendo
que deseaba comprar 
nuestra tierra.

El gran Jefe también nos envió
palabras de amistad y
de buena voluntad.
Es una señal amistosa por su parte,
pues sabemos que no necesita 
nuestra amistad.

Pero vamos a considerar
su oferta, porque sabemos
que si no la vendemos,
quizá el hombre blanco
venga con sus armas 
y se apodere de nuestra Tierra.
¿Quién puede comprar o vender
el Cielo o el calor de la Tierra?

No podemos imaginar esto
si nosotros no somos dueños
del frescor del aire,
ni del brillo del agua
¿Como él podría comprárnosla?
Trataremos de tomar una decisión.

Según lo que el Gran Jefe Seattle diga,
el Gran Jefe de Washington
puede dejarlo, del mismo modo
que nuestro hermano blanco
en el transcurso de las estaciones
puede dejarlo.

Mis palabras son como las estrellas,
nunca se extinguen.
Cada parte de esta tierra
es sagrada para mi pueblo,
cada brillante aguja de un abeto,
cada playa de arena,
cada niebla en el oscuro bosque,
cada claro del bosque, 
cada insecto que zumba es sagrado,
para el pensar y el sentir
de mi pueblo.

La savia que sube por los árboles,
trae el recuerdo del Piel Roja.
Los muertos de los blancos
olvidan la Tierra en que nacieron,
cuando desaparecen
para vagar por las estrellas.
Nuestros muertos nunca olvidan
esta maravillosa Tierra,
pues es la madre del Piel Roja.

Nosotros somos una parte  de la Tierra,
y ella es una parte de nosotros.
Las olorosas flores son nuestras
hermanas, el ciervo,
el caballo, la gran águila,
son nuestros hermanos. Las rocosas
alturas, las suaves praderas,
el cuerpo ardoroso del potro
y del hombre, todos pertenecen 
a la misma familia.







   

domingo, 9 de noviembre de 2014

Exposición Alexandra Domínguez

                 


                                                              Brita Prinz Arte


                                                 C/Gravina 27 piso 1 28004 Madrid

                                                  Lunes a Viernes  10 a 14 horas
                                                 Tardes con cita previa 91522181

                                                Abierta hasta el 27 de Noviembre



               

                                Aguafuerte y aguatinta "Rosas de Arena en el desierto de Atacama"




Aguafuerte y aguatinta "El encantador de Rosas"
      
   

Aguafuerte y aguatinta "El ardor de los bellos tiempos"

Inauguración de Sol de la infancia. Exposición de Alexandra Domínguez






Técnica mixta sobre tela  1.46 x 1.16 cm Tribu al fondo del azar





Galería Brita Prinz Arte
C/Gravina 27 piso 1, 28004 Madrid
Lunes a Viernes 10 a 14 horas
Tardes con cita previa 915221821
Abierta hasta el 27 de Noviembre




Brita Prinz y Alexandra Domínguez




Amancio Prada



 Vista general de la exposición



Antón Lamazares (al fondo) y Juan Carlos Mestre (al frente)



Público asistente



Alexandra Domínguez



Serie Sol de la infancia



Público asistente



Serie Sol de la infancia


Público asistente


Mila,Alexandra Domínguez y Miguel Ángel MuñozSanjuán


Julio Mas y Carlos Ordóñez


Alexandra Domínguez, Aya Eldika y Miguel Ángel MuñozSanjúan



vista general de la exposición
                                         



Poema de Carlos Ordóñez


Lo que dicta el recuerdo

En la oscuridad, oigo orinar a un perro contra las latas que cortan el ojo de la aurora. Del corazón se extiende la rosa del óxido que habrá de zurcir el camino de los errantes. Mi memoria es translúcida en la enfermedad como la lluvia al contacto del relámpago. Yo sé que evoco cosas que todavía existen. 

Una mujer se posa en el centro de la plaza con un maletín de cuero y de sus labios florecen cenizas de viento que afinan la palabra fagot. Una partera lava sus manos en el Río de Sal que mana peces durante la blanca Cuaresma. Las abejas primitivas acuden al panal de la amargura; allí contemplan las migajas que dejan las moscas mientras vigilan la duermevela de los inocentes, seres mansos al regazo de la fiebre y la púa del coral. Así es la sucesión entre la luz y la ausencia. 

El alma de un caballo se desbanda ante el bullicio del trigo en el mercado. El agua del tiempo arde al final del poniente y su sabor es áspero en las raíces de mi lengua. A lo lejos, en la montaña, las hogueras anuncian la carestía en los almiares. Frente a la mesa del figón, el labriego limpia la hoja dócil de un cuchillo salpicado por el fluido de los nervios y el mezcal. En la voz de mi padre percibo el origen de las olas, el rumor doliente de la arena que arrastra el mar. Aún persisten señales de nuestra existencia. 


                                        Del libro Disturbio en el fragmento 119 de Heráclito



Aguafuerte y agustina. Pasillos de la memoria. 




Carlos Ordóñez (Choluteca, Honduras, 1982) es licenciado en Periodismo por la Universidad Nacional Autónoma de Honduras. Egresado de la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños (La Habana, Cuba). Obtuvo el Diploma de Estudios Avanzados del programa de doctorado en Literatura Española e Hispanoamericana de la Universidad de Salamanca.

Participó en el taller de escritura dictado por Gabriel García Márquez en la eictv y la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano, codirigió el mediometraje El animal de la floresta(Amazonas, Brasil), premio al mejor documental del Festival Mundial de Cine Extremo de San Sebastián (Veracruz, México). En 2012, su guión de largometraje Alto al fuego (Premio cinergia del Fondo de Fomento para el Audiovisual de Centroamérica y el Caribe) fue seleccionado para participar del Oaxaca Screen Writers Lab patrocinado por el Instituto Sundance y el Instituto Mexicano de Cinematografía. Ha realizado la antología de la obra poética de Juan Carlos Mestre, Un poema no es una misa cantada (Lustra Editores, Lima, Perú).

En España ha publicado el poemario Disturbio en el fragmento 119 de Heráclito (Amargord Ediciones).

Poema de Arnaldo Calveyra



Recuerda haber escrito de un hombre que en un poblado de Argentina abandonaba su casa a eso del crepúsculo. De pie ante un baldío, como otros ante el diario, se ocupaba en deletrear el cielo, leía las noticias que le acercaban las nubes.

¿Qué habrá sido del hombre? ¿Qué habrá sido del tímido , el hombre analfabeto para todas las palabras salvo para las nubes, las nubes que al finalizar la tarde son borradores de nubes por llegar?



 De su libro de poemas El hombre de Luxemburgo