viernes, 8 de mayo de 2020
El violín de Aída
El violín de Aída
Mi madre tocaba el violín junto a la ventana los días de lluvia.
Con mirada atenta calculaba la mecanografía secreta del
grillo
que hace sonar la cuerdas bajo el arco de crin.
El profesor de música la contemplaba en silencio,
hacía de pronto un gesto brusco con la mano
y ella se detenía y él le indicaba cómo debía repetir otra vez
la pieza.
El invierno era largo, todas las tardes durante un hora
mi madre tomaba clases de violín.El violín de mi madre
era un Schuster & Co. que tengo yo ahora en mi casa.
A eso de las cuatro subía por la cuesta el maestro de música,
con parsimonia y paciencia se disponía a enseñarle la lección
del día,
las mariposas negras del pentagrama, las estrellas de la
partitura.
El invierno era largo, durante una hora mi madre tocaba el
violín, llovía.
A eso de las cinco el profesor daba por concluida la batalla,
cerraba su carpeta, cogía su abrigo, intentaba encontrar la
puerta.
Yo lo veía desde la ventana bajar por la cuesta como si se
fuese abrumado
hasta que se perdía entre los árboles su lenta figura vestida de
negro.
El invierno era largo, a eso de las seis mi madre abría de
nuevo el estuche,
sacaba su violín, comenzaba a hacer sus deberes de música,
llovía.
Algo ocurría entonces que no debe ser comprendido,
algo que jamás debiera ser explicado,
la música del cielo, el canon de la lluvia hecho luz en sus
manos.
Alexandra Domínguez La conquista del aire
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