sábado, 21 de noviembre de 2015

Mestre Le Flâneur


                                            Nueva York Noviembre 2015, Trinity Church



HUMO


Estoy en Nueva York y como acostumbran a decir las bocas de colores de los peces chinos, ya están los tulipanes abiertos.


En Lexington Flower Shop he comprado quince dólares de nomeolvides para llevarle a Robert Fulton, enterrado en el cementerio de la Trinity Church.


Casi llegando al final de Broadway, con una bolsa de papel marrón colmada de recuerdos imborrables y pipas de calabaza para Robert Fulton.


Aquí también viene a hacer picnic Jean-Michel Basquiat. Trae un sándwich de atún y un refresco de zarzaparrilla. Se sienta en cualquier piedrecita de la consolación a liarse la cabeza con incendios forestales fuera de control y otros garabatos yorubas que dan vueltas a piñón fijo alrededor de los ancestros.


Solo un poco más allá en el club de la competencia, Mano Dura firma acuerdos devastadores con algún gobierno más que muy favorablemente convencido de las ventajas del expolio capitalista.


Aparte de a traerle unas flores a Robert Fulton, la verdad es que dudé entre siemprevivas o nomeolvides, no sé a qué otra cosa he venido yo aquí, incrustado como la tapa de un bolígrafo entre los que andan a guantazo limpio por las aceras.


Los blancos son sombríos como paracaídas que ya han hecho la gracia de aterrizar ante las narices del gobernador del Estado. Los negros pasan en patinete a una velocidad de vértigo.


Mi tiempo no es de este mundo y bajo el cementerio de la Trinity Church, dicen los ancianos que llevan mucho tiempo en la maleta, las plantaciones de algodón han comenzado a echar nuevos brotes para las heridas de la próxima guerra.


Y yo aquí, en el cementerio de los anglicanos, empequeñecido por no haber cometido todavía ningún desaguisado que requiera la atención pública, con quince dólares de primavera en una mano y una bolsa de papel marrón llena de recuerdos imborrables y pipas de calabaza para Robert Fulton en la otra.


No hay nada como ser versátiles le comento a Basquiat, mientras un mendigo nos ofrece un pedazo de su pizza de rúcula, demasiadas barcazas y submarinos a hélice, efectivamente, efectivamente.


Cualquier monstruo tiene ahora autoridad sobre las palomas de siete patas que picotean la sabiduría de los champiñones discretos entre las tumbas del cementerio de Wall Street


Y le dejo los nomeolvides al simple ingeniero Robert Fulton, un estafador entre muchos, pero —las cosas como son, añade aquí el poeta—, inventor de la chamusquina y el inocente humo de los barcos.

Juan Carlos Mestre de su libro La bicicleta del panadero


El término Flâneur se refiere al explorador urbano, observador atento y cabal, que se mezcla con el gentío, abierto a la vida de la ciudad. Es un personaje que se hace popular en la Francia del siglo XIX. Walter Benjamin describía al flâneur como figura esencial del moderno espectador urbano, considerando a Charles Baudelaire uno de sus mejores representantes. El poema Humo de Juan Carlos Mestre surge en una visita de Mestre hace unos años a Nueva York.Se encuentra con la Trinity Church, en su cementerio está el ingeniero Roberto Fulton, que inventó la máquina a vapor. Esto generó enormes beneficios a la economía, sin embargo el ingeniero murió en la pobreza. Contradicciones de la historia, la Trinity Church es un remanso de paz y silencio, humilde ahora rodeada por los enormes rascacielos que encarnan la riqueza de la ciudad.






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