CARTOGRAFIA DE LO DESCONOCIDO
Escribió el poeta René Char que un poeta
debe dejar huellas y no pruebas, porque solo las huellas nos hacen soñar. He
seguido el rastro sigiloso de ese pensamiento toda mi vida, y por ese camino,
más cerca del trabajo concebido como el oficio de una delicada pasión que el de una razonada declaración de
principios, han salido al inspirado viaje de lo incierto mis grabados, pinturas
y poemas. La búsqueda de un rastro, el hallazgo desconocido de una estética que
devenga en conducta e ilumine, aún en su leve precariedad, la conciencia. Creer
en la belleza podría ser seguir apostando por los lenguajes del porvenir,
adelantarse para encontrarnos en él un lugar futuro, un espacio que por
misterioso también lo sea en su cualidad de inquietante y acaso, hasta conmovedor.
Creo que todo artista ha de
asumir algún desafío por humilde que este sea con la imaginación de lo
infinito. No existe mayor razón que justifique la ética del presente que su
multiplicación en las estéticas del porvenir. He asumido el desconocer, el ignorar ciertos discursos de saber como
resistencia a la voluntad objetiva del conocimiento artístico. Mi acercamiento
es la visión, el desafío de lo real desde la construcción de otro imaginario
del mundo. Mi necesidad, en términos de desafío a la carencia, sigue siendo
como desde un principio, lo desconocido, el deseo de lo desconocido, la mirada
capaz de inventar un mapa espiritual para aquellos que en el aire, aún vagan
sin tener la casa de sus revelaciones, la dignidad de sus conjuros, la aplazada
deuda de su felicidad sobre la Tierra.
Buen sitio es un
papel para quedarse a falta de otro lugar donde levantar su conciencia utópica
los seres humanos. Bastaría que estas telas, estos papeles, fuesen una sencilla
casa de huéspedes, un punto de luz alejado de las cartografías del mal. Hablo
de mundos, pero hablo de enigmas, de paisajes invisibles, de nómades que
cruzan desiertos íntimos, de
rastreadores de huellas, de aquellos que por todo equipaje no llevan otra cosa
que la intemperie de su propia alma, el hospitalario don de renunciar a ejercer
su autoridad artística sobre los demás para devenir en otro, otro diferente que
yo cuya razón de ser es mi propia conciencia.
Dibujo piedras, grabo
su sombra. Dibujo sombras, oigo el zumbido de sus partículas elementales
alrededor del cero de la nada. Nada más barroco que el aire, nada más sencillo
que la cima de las emociones humanas, un mismo destino para lo efímero, un
mismo hogar para las palabras dibujadas que oyen los ojos cerrados de los
antepasados. Cosas pequeñas, animales que silban en el bosque. A mis grabados
ha traído prestado el poeta sus símbolos, un desconocido ha dejado en mi puerta
una cuchara de azúcar, el sabio me ha rozado con la superstición, el navegante
me ha convidado a su mito. No es gran herencia lo inútil cuando se convierte en
lo imprescindible. Habría de llamarlo memoria, pero lo llamaré poesía en forma
de rosa como el amado Pasolini.
Hago arquitecturas
con los palitos que deja el temporal en las veredas del corazón. Hago líneas
que no están rectas porque desobedecer debe seguir siendo una manera elegante
de protegerse del autoritarismo. Hago manchas como pan amasado por las
pobladoras de la Cruz del Sur. Pinto como quien se abraza a un desaparecido. Lo
demás, siempre habrá tiempo de contarlo cuando el tiempo y este ruido acabe.
El color, he pensado
alguna vez, es la ilusión de un recolector de mitos. En cierta forma puede que
no sea más que el oficio del mar el oficio del azul, ni otro que el rojo el
oficio de las manzanas, como no es el negro sino para la unánime dimensión de
la muerte. Lo trágico no es el ocre amarillo que perdura desde los ritos del
hombre de las cavernas iluminando a las civilizaciones del arco iris, lo
trágico es la ausencia de la luz y la penumbra de las épocas de sus sucesores.
Pongo color donde esta lo sagrado, pigmento donde resucitará la ceniza. Tengo
la misma fe en el verde que en los árboles, semejante alianza con la vibración
mágica de la obsidiana y el negro. Manías elegidas en el cultivo de la contemplación.
Semillas que echan sus raíces en el sueño.
Mi sueño es el sueño
de tu sueño. Se cree o no se cree. Yo creo. Creo que ennoblece mirar las
estrellas, mirar la estrella que cada uno lleva para conjurar los peligros en
la frente, las estrellas que quitan la sed y nos prestan a veces el amor, las
estrellas rojas, las estrellas amarillas, las estrellas que se acercan de
puntillas a los ojos del astrónomo Rosamel. Basta con su luz para ver el punzón
sobre la plancha, para mezclar las tintas, para diferenciar el barro del dolor
de los pigmentos de la felicidad. Nada original, en eso mismo anduvieron los
antiguos persas, los mayas con el guacamayo al hombro, los recolectores de
piñones en las fronteras de la nieve.
Huellas. Diecisiete
años de huellas para volver al mismo sitio que ya nunca será el mismo sitio.
Telas que ahora colgarán en los muro en homenaje a Violeta Parra que duerme a
dos pasos de mi padre bajo la lluvia. Papeles que podrían ser cometas,
volantines alzándose hacia la más transparente de las memorias: la cartografía
de los ángeles ciudadanos, sus ojos invisibles que cuidan las huellas del
mundo.
ALEXANDRA DOMÍNGUEZ