sábado, 13 de diciembre de 2014

LA HUELLA DE LO INVISIBLE




El color, he pensado alguna vez, es la ilusión de un recolector de mitos. En cierta forma puede que no sea más que el oficio del mar, el oficio del azul, ni otro que el rojo el oficio de las manzanas, como no es el negro sino para la unánime dimensión de lo ido. Lo trágico no es el ocre amarillo que perdura desde los ritos del hombre de las cavernas iluminando a las civilizaciones del arco iris, lo trágico es la ausencia de la luz y la penumbra de las épocas de sus sucesores. Pongo color o palabra donde está lo sagrado, pigmento donde resucitará la ceniza. Tengo la misma fe en el verde que en los árboles, semejante alianza con la vibración mágica de la obsidiana y el negro. Manías elegidas en el cultivo de la contemplación. Semillas que echan sus raíces en el sueño.
Mi sueño es el sueño de tu sueño. Se cree o no se cree. Yo creo. Creo que ennoblece mirar las estrellas, mirar la estrella que cada uno lleva para conjurar los peligros en la frente, las estrellas que quitan la sed y nos prestan a veces el amor, las estrellas rojas, las estrellas amarillas, las estrellas que se acercan de puntillas a los ojos del astrónomo de Rosamel. Basta con su luz para ver el punzón sobre la plancha, para mezclar las tintas, para diferenciar el barro del dolor de los pigmentos de la felicidad. Nada original, en eso mismo anduvieron los antiguos persas, los mayas con el guacamayo al hombro, los recolectores de piñones en las fronteras de la nieve.

Papeles que podrían ser cometas, volantines alzándose hacia la más transparente de las memorias, la cartografía de los ángeles ciudadanos, sus ojos invisibles que cuidan las huellas del mundo. Así de esa forma ; imagen y poesía en el mismo territorio de la elegancia y la belleza.
                                                                                                                     Alexandra Domínguez

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