Estas manos que ahora me ofrecen collares, coral ensartado en cuero,
estas manos con cuentas de cristal pulido,
gotas de sal azul y sangre de paloma, esos lagartos verdes
de malaquita, de ganas de llorar, de que hago yo aquí en Berlín
comprando lo que solo un dios puede vender, escarabajos de
obsidiana vivos, caracoles blancos del Mar Muerto.
Estas manos con sortijas de cobre, esos dedos de araña sagrada,
domaron caballos en Asia, llenaron un cántaro en el Eufrates,
guiaron caravanas nómadas por el vastos territorio de la noche.
Estas manos de Berlín, las manos de un hombre que está solo,
construyeron templos, dieron agua del Tigris a los camellos,
ordeñaron cabras.
El padre del padre de este hombre nació en Tiro, el abuelo
del padre del padre de este hombre cultivó trigo en Palestina,
intercambió pan por aceite a los hebreos, plata por alcohol a los fenicios.
Estas manos del descendiente asirio que habló con las estrellas,
este primo de Abraham que sobrevivió a la zarza, al Corán, al humo,
este emigrante sin papeles, el bello ilegal tras el mostrador del aire,
el remoto nieto de los que promulgaron las primeras leyes,
el código de Hammurabi, la antigüedad de las estelas de los astros,
el derecho que tiene a brillar cualquier hombre.
Las manos de ese hombre que me ofrece un collar de cedro,
un alfiler con pez, unos pendientes con la estrella fugaz de los desiertos,
el árabe en la pensión del árabe, el hombre del bigote negro,
el hombre de los ojos negros bajo el cielo negro de Berlín.
Alexandra Domínguez libro
La conquista del aire 2000